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  Loquillo - Parque de Aluche, Madrid, 29 de mayo de 2010

     Lo del Loco con la cronología de sus recopilatorios es de traca. En 1998 se publicó 1978-1998, que empezaba a contar desde el momento en que el catalán se subió por primera vez a un escenario, pese a que no sería hasta tres años después cuando grabaría su primer disco. Bueno, vale, así la cifra resultaba más redonda. Pero sólo cuatro años después aparecía otro recopilatorio, Historia de una actitud: 25 años de rock and roll, que se adelantaba un año a la ya de por sí discutible efeméride. Y en 2009 se editó la caja Rock and roll star 30 años. 1980-2010, errando ya por delante y por detrás; el caso es cuadrar las fechas para que el asunto se pueda computar en lustros y décadas.


      Lo mismo da: todos sabemos ya que Loquillo, a pocos meses de cumplir medio siglo de vida, es incombustible. Directos y compilaciones alimentan su leyenda y consiguen bolos que sirven para llenar las arcas antes de proyectos algo más arriesgados, pues no será el largamente anunciado disco de poemas de Luis Alberto de Cuenca el que haga que le contraten en fiestas populares como las de Aluche. Hace menos de dos meses vi al Loco en directo en Zaragoza, como cabeza de un cartel excelente que incluía a La Frontera, Ilegales, Siniestro Total y Burning (a estos últimos les tocó la ingrata tarea de salir a tocar a las tres de la mañana). El concierto de Loquillo duró una hora y media y fue como un tiro: el cantante se abstuvo de hablar entre tema y tema y, aunque faltaron himnos, el ritmo fue magnífico. Aunque tuve la sensación de que su corazón no estaba allí y de que el piloto automático gobernaba la nave.

 

      Quien también se ha sacado un poco la vara del culo, y para bien, es el mismo Loco. No es que haya perdido de vista el personaje: sigue tan arrogante como siempre, justo lo que esperamos de él. Pero parece mucho más cómodo que antes con su lugar en el mundo, como si ahora se sintiera reivindicado o le importara mucho menos que algunos aún no reconozcan el valor de su obra. Será por un cúmulo de razones: haber hecho las paces con Sabino Méndez y, por prolongación, con una parte muy importante de su pasado y su repertorio; que los medios sean más amables con él desde la publicación de Balmoral e incluso que los indies se acerquen a su figura con cierto cariño; o haber comprobado que puede seguir adelante sin la losa en que se había convertido la marca Trogloditas.

 

     El caso es que anoche Loquillo tenía hambre de escenario, y verlo con esas ganas y esa energía me hizo recordar qué es lo que yo buscaba en sus directos cuando empecé a escucharlo en serio, trece años atrás. A la manera de M-Clan, es erróneo suponer que un concierto de pago con su público fiel va a ser mejor que uno en unas fiestas de barrio. En Aluche el Loco hizo lo mismo de siempre, puso caras y posturas, lanzó alguna que otra patada al aire y se regodeó en su triunfo: la diferencia es que disfrutó haciéndolo. No había quien borrara su sonrisa de satisfacción.


    

     El primer momento de comunión entre fans de largo recorrido y público casual fue, para mi sorpresa, Memoria de jóvenes airados. Debió ayudar que, en el vídeo de la canción, Loquillo coincidiera en una cancha con varios baloncestistas famosos de su quinta: seguro que alguien lo enlazó a la página del Marca, el periódico más leído de este país. Muy astuto, Loco. Cruzando el paraíso no fue tan coreada, pero su agradable melodía no se encuentra con un mar de malas caras cuando sale por los altavoces. El buen juego de luces y la pasarela central (por la que todos los músicos desfilaron una y otra vez) ayudaron, y mucho, a mantener la atención sobre el escenario.

 

     Carne para Linda y Autopista, nada menos, condujeron a la primera despedida a la hora y cuarto de concierto. No tengo adjetivos, literalmente no los tengo, para describir la chaqueta de lentejuelas con la que reapareció Loquillo al cabo de unos minutos. A la vuelta, otros dos rescates del pasado que supieron a gloria: las versiones de ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? y Maldigo mi destino. Todas tienen nuevos arreglos (casi) siempre afortunados, responsabilidad de la dirección musical de Jaime Stinus. La complicidad de éste y de Igor Paskual con el Loco es evidente, si bien la bajista Laura Gómez ha sabido encontrar su sitio. Algo más eclipsados están el baterista Laurent Castagnet y el teclista recién llegado Santi Comet, que por cierto se da un aire a Jaime Cullum.

 

     Sería redundante decir que un bis que encadena la recuperada La mataré, El ritmo del garaje, Rock and roll star y Cadillac solitario es como tocar el cielo. Esas canciones se defienden solas. Pero en noches como la de ayer con cantante, músicos y público tan felices todos de estar allí, comprendes por qué Loquillo ha perdurado mientras tantas otras luminarias de los ochenta se quedaron en el camino. Lo de Aluche fue una hora y cincuenta minutos de clase magistral de rock español.

Setlist: En las calles de Madrid, María, Pégate a mi, El hijo de nadie, Rock´n´Roll actitud, Arte y ensayo, Linea clara, Memoria de jóvenes airados, Cruzando el paraíso, El hombre de negro, Tatuados, El rompeolas, Rock suave, Las chicas del Roxy, Todo el mundo ama a Isabel, Carne para Linda, Autopista, ¿Que hace una chica como tu en un sitio como este?, Maldigo mi destino, Feo fuerte y formal, La mataré, El ritmo de garaje, Rock´n´Roll star, Cadillac solitario



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